El
arte nace de la necesidad del ser humano en plasmar el conjunto de sensaciones,
actitudes y pensamientos que lo hacen existir. Se pudiera decir que el arte, o
la expresión artística en cualquiera de sus formas es un descargo del alma.
Y
es que el hombre desde el comienzo de los tiempos, siempre ha perseguido la
plenitud personal, sentirse bien, superarse, destacar entre sus iguales. Y
desde entonces encontramos multitud de elementos artísticos que han conseguido
llegar hasta nuestros días. La necesidad de plasmar su personalidad en
elementos materiales o abstractos es intrínseca al ser humano, ahora bien solo
algunos privilegiados con el don de la bella creación son capaces de transmitir
sus sensaciones consiguiendo emocionar al que lo contempla. He ahí la máxima
expresión del arte. Una película, una pintura, una obra literaria, un conjunto
arquitectónico, una imagen, una manera de andar, un natural… son capaces de
cimbrear los cimientos del ser humano.
Lo
que llevó hace más de trescientos años a un hombre a sortear la embestida del
animal más fiero de Iberia no fue ni mucho menos emocionar a nadie.
Probablemente huiría de él o se enfrentaba a fin de obtener alimento. Pero lo
cierto es que esa manera airosa y alegre de burlar la embestida, que no
engañar, ya sea con una capa, un trapo o a caballo ya entusiasmaba en el siglo
XVIII.
La
fiesta de los toros ha evolucionado constantemente desde sus inicios
adaptándose a los tiempos actuales, sin renunciar a su razón de ser ni al rito.
Porque no siempre los cambios y corrientes sociales resultan ser los más adecuados.
Corre la fiesta de los toros tiempos adversos pues son algunos los que alzan la
voz para prohibir sin comprender. Para negar sin conocer. Dicen abanderar la
libertad, sin embargo, quieren hacernos esclavos de sus ideas.
Sumergidos
en la sociedad del consumo y atrapados por una era tecnológica apabullante
hemos perdido la noción la naturaleza, el campo, el aire puro, la auténtica
esencia de lo que fuimos. Los animales siempre fueron parte de las familias
porque ayudaban a ganar el pan y hoy son divertimento y elementos de consumo.
Andamos alejados de la naturaleza y está siempre acaba llevándonos a ella.
La
sociedad está tan desnaturalizada que las corrientes animalistas, en el fondo y
en la forma son humanistas. Es decir, cuando observamos las condiciones de vida
equiparamos el grado de confort al nuestro. Nos da reparo que el perrito salga
al patio porque hace frío, que es lo que siente el humano y no sabemos si el
perro en sí lo siente de igual manera. Del mismo modo que nos acercamos a un
buey de setecientos kilos de peso pensando que no se va a asustar de nuestra
presencia, como si fuera un amigo, incluso me molestaría que un animal que no
me ha olido ni visto nunca me huya. Y estos comportamientos atienden a una
visión humana de los animales. Esta tan lejos la naturaleza de nosotros que
hasta renegamos del contacto con ella.
Las
fiestas de toros, corridas, capeas, sueltas por las calles, nos acercan a lo
que siempre ha sido este pueblo. Siempre hemos vivido del campo y lo que este
nos da. Alegrías y tristezas. Y el toro el protagonista, un animal superior que
hace que todo tenga valor, pues las pérdidas que pueda causar también lo son.
La
muerte, la fiel compañera, la sombra que nos persigue sin poder eludirla, es
una realidad que en estos tiempos intentamos evitar de nuestro presente,
vocabulario y pensamiento. Las corridas de toros son la representación de la
victoria de la vida sobre la muerte. Burlar la muerte creando arte efímero es la
esencia genuina de las corridas de toros. Es indudable que pasajes de una
corrida de toros resultan desagradables para el más fiel de los aficionados,
pero el toro no es el bufón de la corte. No es el instrumento de juego, es
hecho y parte en la consagración de un espectáculo que no busca resarcirse del
sufrimiento, sino disfrutar de la entrega de un animal único ante un hombre que
intenta superarse así mismo para hacer del peligro belleza.
La
Palma quiere rendir homenaje a la fiesta de todos los pueblos de España, las
fechas marcadas en el calendario de goce y disfrute. De mirar cara a la muerte
y zafarse de ella. Pues la muerte siempre nos persigue con su sombra alargada
para recordarnos que estamos vivos. Se rinde homenaje a aquellos hombres que
demostrando gran valor y destreza han sido capaces de emocionar a propios y a
extraños haciendo del peligro belleza. Y sobre todo al toro, se homenajea al
toro. Al guardián de la dehesa, de la marisma y la campiña. El más bello animal
de todos los que habitan en Iberia, obra perfecta de Dios seleccionada por el
hombre para hacerlo bravo y fiero. Ídolo de la afición pues las grandes tardes
de gloria lo son por las embestidas que se dejan en el albero.
Por
todo ello ir a los toros es reencontrarse con lo más profundo de su ser, la
naturaleza, la superación, la vida en juego para poder seguir viviendo y será
por eso que después de tres siglos todavía algunos tenemos la necesidad de
acercarnos al redondel.