Hay muchos mitos sobre
El Rocío, sus hermandades y los caminos de cada una. Hay mucha palabrería del
que habla sin conocer. Comentarios baratos que hacen que formemos nuestra
propia visión de las cosas en base únicamente a percepciones o prejuicios ajenos.
He aquí al primero.
Al
llegar Pentecostés daba por concluida una etapa de cambio y transición muy
importante en mi vida. Y del mismo modo lo hacia mi hermano al volver de su
periplo europeo. Semejantes efemérides necesitaban de un colofón importante, de
hacer algo distinto, algo que llenará nuestra alma de auténtico Espíritu Santo
para recargar el depósito en esta nueva etapa. Por tanto, acordamos que tras
aterrizar en Sevilla en la noche del miércoles antes de Pentecostés, a la
mañana siguiente, partiríamos desde allí mismo, dirección al Rocío sin más
intendencia que lo cupiera en una mochila.
Y
así fue, en la mañana del jueves salíamos con nuestra más sincera Hermandad,
que no es más que la que formamos los dos con el resto de nuestra familia. Sin mapas,
con algo de agua, algo de pan y algo de chorizo, partíamos esperanzados en
encontrarnos con los nuestros al día siguiente, en el antiguo cruce de caminos
donde Alfonso X, el Sabio, levantó una pequeña ermita. Discutiendo de lo divino
y de lo humano fuimos recorriendo el camino sin apenas encontrarnos con
peregrino alguno. El aljarafe nos mostraba su ondulada belleza repleta de
olivos, sus cortijos encalados, su cielo azul y nos facilitaba la sombra
necesaria para descansar y repostar. La tarde avanzaba y poco a poco nos
adentrábamos en un paraje desconocido y maravilloso de pinares en la hora en el
que sol cae estrepitosamente hasta el ocaso. Sin muestras de cansancio,
embriagados por la ilusión de llegar a El Rocío, nos encontramos con Triana
para pasar la noche.
No
hay nada mejor que comprobar las cosas por uno mismo, para dejar a un lado prejuicios
y clichés. Triana es una misa en medio de un pinar abarrotado de peregrinos,
Triana es gente amable y generosa que te ofrece lo que tiene, Triana es una
homilía que te llena de Rocío, Triana es dormirse pronto que queda mucho por
andar. Triana no es lo que pintan en la telebasura. No ha habido aun un medio de
comunicación capaz de demostrar al mundo lo que es el Rocío verdaderamente y es
que, como dijo Rafael de Paula, "el Espíritu Santo no sale por la
tele".
Tras
dormir al raso al cobijo de la Osa Mayor y la carreta del Simpecado, vuelta al
caminar cuando aún el Sol no había alcanzado altura suficiente para calentar
nuestros huesos. Una marea de peregrinos se sumergía en el Quema para aupar a
su carreta hacia la otra orilla entre cantes y vítores. Y volvíamos a retomar
el camino de nuestra hermandad fraterna y peregrina dejando atrás la más
antigua de Sevilla para seguir con nuestra ruta.
Mirando
el reloj constantemente e imaginando por donde irían nuestra familia y paisanos
de La Palma avanzamos hacía Villamanrique para buscar la Raya Real, la
autopista onubense de tantas hermandades hacía la aldea almonteña. Y en esa vía
ya nunca más fuimos solos, embebidos en la arena se encontraban por todas partes manriqueños en
su peregrinar alegre, ofreciendo bebidas y viandas a todos los que pasaban por
su lado.
Adelantando
hermandades Alcalá, Villamanrique, Utrera, Dos Hermanas, Bormujos fuimos poco a
poco descubriendo miles de maneras de caminar y compartir, mientras, se avanza
hacía el encuentro de la Virgen. Es sorprendente la personalidad abrumadora de
cada Hermandad, de cada pueblo. Para un palmerino, que tiene tan cerca el Rocío
y que en apenas 14 horas hace el camino, es impresionante la preparación que
requiere un camino de varios días. Gracias a la hospitalidad de unos amigos de
Bormujos comimos caliente, un rico guiso, y recargamos las pilas para el último
tirón.
Al
dejar Palacio tres águilas reales nos acompañaron durante nuestro andar hasta
llegar al lugar donde se ven todas las carretas. Desde la Venta Mauro el camino
era familiar, lo descubrí una noche de verano en la que se cumplieron promesas
y se sellaron lazos, era quizás una necesidad recorrerlo otra vez, ésta a
plena luz, más que un capricho. Había que llegar al Rocío por allí, si no
era por los Llanos. Gines, Carrión y Tocina fueron las últimas hermandades que descubrimos.
Ya estábamos ahí, nos sentíamos satisfechos, sin embargo ni mucho menos
pletóricos. Contentos por haber elegido
la manera y el cómo de llegar al encuentro, ir a verla era una necesidad.
Pero
El Rocío es ir en familia, es salir todos y llegar todos. Éramos los primeros,
pero no estábamos todos, por eso esta historia no tendría su final hasta que
aparecieran acompañando a nuestra hermandad, nuestros padres, nuestra hermana y
todos los amigos que fieles a la tradición venían al Rocío por el mismo camino
que las gentes de La Palma desde hace más de cuatrocientos años.
Ahora sí, ya de
anochecida, aparecía La Palma con nuestra familia entre la turba arropando a la
Carreta, haciendo de la calle Villamanrique, una calle de Jerusalem. Despacio, al
paso de los bueyes, los animales que nos acercan a Dios, entre besos y abrazos
a los nuestros fuimos concluyendo un camino que ha sido un hito en nuestras
vidas. Un punto y seguido justo en el momento en el que empiezan a escribirse
los capítulos más trascendentales de nuestra existencia.